jueves, 1 de octubre de 2009

*Columna*

Hablar del cine mexicano implica realizar un viaje a través del tiempo; recorrer muchas épocas y momentos memorables que han quedado plasmados en el celuloide de nuestra cinematografía nacional. Saltan a la mente directores, actores y actrices que aun gozan de un lugar privilegiado en el corazón de muchos mexicanos. Son ellos, los actores, los que han dado una promoción permanente a nuestro país en el extranjero. Sus películas fueron y son el espejo que nos permitió darnos a conocer como pueblo en muchos países de América Latina, Europa y el resto del mundo.

El ser humano más idolatrado de la historia reciente de nuestro país, Pedro Infante aún sigue siendo el Rey. A más de cuarenta años de su trágico fallecimiento, el Ídolo de Guamúchil nacido por cierto en Mazatlán- sigue presente en los hogares mexicanos gracias a la constante repetición de sus películas por la televisión.

Para muchos mexicanos, Infante representó lo que todo mexicano debía ser: hijo respetuoso, amigo incondicional, amante romántico, hombre de palabra. El concepto de "macho mexicano" alcanza en Infante una acepción difícil de comprender fuera de México. El "macho" de Pedro Infante no es un hombre violento, capaz de dañar a las mujeres. Por el contrario, es un pícaro simpático, inconstante, fiel a sus infidelidades, pero eso sí: con un gran corazón.

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